Las ¿cuatro? estaciones
De cómo la primavera, el verano, el otoño y el invierno ya no son lo que eran y el reto de hacer el cambio de armario
Hola otra vez
No te descubro nada si te digo que a estas alturas de mayo no me he atrevido a hacer el cambio de armario, porque la primavera está más primavera que nunca. La realidad es que ha sido siempre una estación inestable, por mucho que nos empeñemos en idealizarla porque sus días son larguísimos y nos sirven de prólogo templado de un verano que esperamos con ansia. Por eso y porque nos permite dejar atrás el oscuro invierno en el que tan mal se mueven unos y tan cómodos nos sentimos otros. Lo que es cierto es que al tiempo lo hemos vuelvo loco. Nos han dejado de valer hasta algunos de los refranes más clásicos. Porque hoy en día que marzo mayee no nos garantiza que mayo vaya a marcear, ni las aguas mil son ya exclusivas de abril, ni el cuarenta de mayo es seguro que nos vayamos a poder quitar el sayo.
Las estaciones están absolutamente desdibujadas. Soy consciente desde hace muchos años, porque he crecido en un lugar en el que los solsticios y los equinoccios han estado siempre muy diferenciados. Y si había alguna duda, debajo de casa hemos tenido un almendro que nos iba dando pistas de por dónde iba el calendario. Lo mismo que el paisaje que se atisbaba antes desde la ventana. En invierno, frío y nieve, con campos marrones y cielos apagados, y entonces atardeceres fogosos. En primavera, había lluvia y temperaturas frías en la primera parte, y cielos nubosos y termómetros templados en la segunda. Los campos, eran de un verdor que abrumaba, salpicados del rojo de las amapolas, que lo cubrían casi todo sin que nadie las hubiera plantado. Al verano llegábamos siempre con calor seco por el día y noches frescas. Cielos rasos, paisajes coloreados por los amarillos de los cereales y algunas tormentas caprichosas con las que dar por cerrada la temporada de piscina. El maravilloso otoño llegaba como un alivio. Una especie de descanso para las emociones. El otoño era naranja y rojizo, con árboles soltando capas, atardeceres bonitos y olor a tierra mojada. Pero también era de gabardina, de ropa de entretiempo y de transición hacia la melancolía. Un verdadero idilio. Para recordar esos tiempos, en mi casa siempre hemos tenido unas reproducciones de unos cuadros de Eusebio Sempere, que dibujó esos cuatro trimestres que ahora cuelgan de las paredes del Museo de Arte Abstracto (Cuenca). Esos cuatro cuadros son lo primero que veo cada mañana al despertarme.
Ahora, nada es como era. No es que lo diga yo. El viernes pasado me puse las gafas de cultureta y acudí como cada año desde hace ya muchos a la inauguración del Festival 10 sentidos, una cita que nunca ha sido sólo de danza y que si se hiciera en cualquier país del norte de Europa, sería una referencia de primer orden. Al llegar a la presentación escuché a sus directoras, Meritxell Barberá e Inma García, a las que admiro muchísimo por sus ideas y su valentía, explicar brevemente lo que estábamos a punto de ver. Y me atraparon. Este año el festival gira en torno a los efectos que el cambio climático lleva años aportando a nuestras rutinas. Y uno de ellos es precisamente el difumino con el que han desdibujado las estaciones. Así que quisieron aterrizarlo con algo conocido por todos como son ‘Las cuatro estaciones de Vivaldi’ que tan escuchadas tenemos. ¿Cómo hubieran sido esas melodías si el compositor las hubiera creado este año?
Y claro, tiene toda la lógica: ¿cómo se puede musicalizar una primavera que le ha ganado semanas al verano, un invierno que parece primavera o un verano que asfixia? Así nación ‘Las estaciones ya no son de Vivaldi’. El trabajo científico se lo encargaron a la meteoróloga Isabel Moreno, a la que has visto seguro alguna vez en TVE, y que me emocionó muchísimo leyendo unos textos que había creado para introducir cada estación (y que amablemente me ha dejado para que podáis leer un poquito más abajo). Y el artístico al músico experimental Carlos Izquierdo. Juntos, adaptaron la partitura de Vivaldi para reflejar la disonancia y el caos actual con el tiempo. La música la hizo sonar la Unión Musical de Picanya, uno de los pueblos afectados por la DANA de octubre, y a la vida la llevaron cuatro bailarinas y coreógrafas. María Moreno, en una apabullante primavera; Christina Cloux en un ardiente verano; Sol Picó en un removido otoño; y Eila Valls en un desorientado invierno. Pura danza para mostrarnos un ciclo clima caótico que nos obliga, continuamente a improvisar. Vivaldi habría alucinado. Así que yo, que a estas alturas debería haber cambiado el armario, sigo con el abrigo en la entrada por si acaso.
🎀 Os dejo aquí los maravillosos textos que Isabel Moreno, la maestra de ceremonias y responsable de aportar la visión científica como meteoróloga al nuevo sonido de las nuevas estaciones, leyó antes de cada pase. Se me pusieron los pelos de punta con cada uno. Gracias, Isabel por dejarme compartirlos. 🎀
Las estaciones ya no suenan igual
Las cuatro estaciones ya no son de Vivaldi. Aquellas melodías que aprendimos en nuestras infancias hablaban de un mundo que ya no existe. Vivaldi compuso esta obra para describir las estaciones tal como las veía en su momento, a finales del siglo XVII y principios del XVIII. Las estaciones ahora no suenan como entonces: ni duran lo mismo, ni hace el calor de antes, ni llueve como antes. El tiempo se ha descompuesto: los inviernos ya no enfrían, los veranos no terminan y los tiempos se rompen en silencio. Y esto está haciendo que se desacoplen ciclos naturales, como la migración de las aves. Este viaje experiencial, entrelaza música, experimentación sonora y danza para hacernos reflexionar sobre presente y futuro, observando el pasado. Estaciones nuevas que en esta tierra también cambian, al igual que lo hace la partitura original. Quizá no volvamos a las estaciones de Vivaldi, pero podemos componer otras. Con nuestros pasos, nuestros cuerpos, nuestras decisiones.
Comienza la primavera, primavera que ya no espera
Se desliza temprano, sin tocar a la puerta, robándole días al invierno. Llega sin ceremonias, floreciendo y se marcha antes de lo esperado por la llegada del verano. Las flores abren los ojos demasiado pronto, pero los cantos de los pájaros y los zumbidos de los insectos no siguen su ritmo. Nos queda una sensación leve, como de no haber vivido del todo la estación que fue nuestra.
Verano sin final
El verano, la estación más afectada, se alarga sin decoro, devora la primavera y parte del otoño. En el levante, llega a prolongarse en casi 40 días más que hace 50 años. Mientras, el mar arde en silencio, y la noche ya no enfría, actuando como fuente de energía y vapor increíble que intensifican las precipitaciones. Nada termina cuando debe.
Otoño que se desliza
El otoño llega más breve, tardío, menos tímido. Ha cedido días al verano y ha despojado otros al invierno. Y el mar Mediterráneo, todavía caliente, ansía tormentas que caen sin previo aviso. Y llueve con rabia, sin piedad. Pero todavía trae su luz dorada y sigue siendo una pausa tibia antes del frío. Aún canta, aunque con tonos más bajos.
Invierno que se disuelve
El invierno ya no llega como antes, suenan ecos del otoño. Y se disuelve poco a poco, despidiéndose con tintes primaverales. Un invierno más fugaz, pero también más cálido, como si el frío ya no supiera cómo ser frío. Y en medio de este caos de estaciones, las especies confunden su canto, como si el tiempo les hubiera robado su memoria. El eco de una estación que ya no existe.
Cuarto de maravillas
Ojalá tuviera esto que os vengo a enseñar en uno de los armarios de mi cocina. Porque significaría que esa delicia de mi infancia aún se sigue produciendo. Así que aprovecho esta sección que tanto me gusta para pedir ayuda. Si alguien sabe si aún venden esta droga en algún sitio, me haría muy feliz saberlo. A mí me los compraba mi madre en la pastelería o en el hipermecado. Eran una especie de galletas crujientes, bañadas en chocolate con leche y negro. El sabor no se parece a nada de lo que haya probado después. Me encantaría viajar en el tiempo para volver a saborear estos Choclait Chips.
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Gracias por leerme
Marta
Querida Marta:
Tengo una buena noticia para ti, esa delicia la siguen vendiendo en Alemania, así que te propongo que la próxima vez que vaya a Valencia, te puedo llevar algunas en la maleta. (O si viajas a Alemania, ya sabes que las puedes encontrar).
Por otra parte, me ha encantado ver los cuadros de Sempere. Me han acompañado toda mi infancia, adolescencia y juventud puesto que también están colgados en la pared de mi cuarto.
Incluso durante la carrera, hice un proyecto que giraba sobre esa obra.
Me ha encantado esta carta. Yo desde que vivo en Alemania, soy mucho más consciente de las estaciones, de su paso y de los cambios. Me parecen un regalo de la naturaleza.
Un abrazo
Marta
Creo que los recuerdo! Ostras sí, me viene el flash